Los problemas estructurales de Guatemala no son nuevos. Sin embargo, los fallos en la gestión del equipo de gobierno han exacerbado estas crisis, generando una creciente decepción entre quienes votaron por el partido Semilla con la esperanza de un cambio real. Lo que inicialmente se percibió como un soplo de aire fresco en medio de la corrupción y la ineficiencia política ha ido perdiendo brillo, convirtiéndose para muchos en una promesa incumplida. Este desencanto ha llevado a una apatía generalizada entre una parte significativa del electorado.
Este escenario no es solo producto de errores internos. El «pacto de corruptos», un entramado político-económico que busca preservar sus privilegios, ha jugado un papel clave en el desgaste del gobierno. Junto con figuras como la fiscal acusada de parcialidad, este bloque ha desplegado una estrategia sistemática para socavar al gobierno de Bernardo Arévalo. Su lógica es simple: cuanto peor le vaya al ejecutivo, mayores serán sus posibilidades de regresar al poder. Así, el desgobierno no es casual, sino una táctica deliberada para debilitar al actual mandatario.
Sin embargo, sería ingenuo atribuir todos los problemas del gobierno únicamente a las acciones de sus adversarios. A pesar de enfrentarse a una oposición fragmentada y desprestigiada, los propios errores del equipo de Arévalo han alimentado las críticas. La falta de liderazgo claro, decisiones erráticas y un enfoque conservador en materia económica han generado desconfianza incluso entre sus simpatizantes. Muchos esperaban un giro hacia políticas más progresistas, pero lo que se ha visto hasta ahora parece más cercano al neoliberalismo tradicional, algo difícil de reconciliar con el discurso socialdemócrata que llevó a Semilla al poder.
¿Qué puede salvar al gobierno?
Para sobrevivir a esta tormenta perfecta, el gobierno necesita urgentemente reconstruir su narrativa y demostrar capacidad de liderazgo. Un primer paso sería enfocarse en generar crecimiento económico inclusivo, priorizando sectores que puedan mejorar el bienestar de la población. Esto no solo ayudaría a recuperar la confianza perdida, sino que también podría contrarrestar la narrativa de caos e ineficiencia que promueve el pacto corrupto.
Otro aspecto crucial es la lucha contra la corrupción, que hasta ahora ha sido más retórica que efectiva. Si bien el gobierno ha mantenido cierta honestidad en su discurso, su indecisión frente a figuras clave, como la fiscal general, cabeza visible del pacto de corruptos y de la alianza criminal, ha resultado contraproducente. En lugar de fortalecer su posición, esta ambivalencia ha dado munición a sus oponentes, quienes se sienten legitimados al ser señalados como corruptos. Una acción más contundente podría marcar una diferencia significativa.
Nuevos enfoques para un liderazgo renovado
Bernardo Arévalo tiene una oportunidad única para reinventarse y asumir un liderazgo transformador. Para ello, debe dejar atrás el discurso gastado de siempre y adoptar medidas innovadoras que respondan a las demandas urgentes de la población. Algunas ideas incluyen:
Reformas institucionales: Fortalecer las instituciones clave, como la Contraloría General y el sistema judicial, para garantizar transparencia y rendición de cuentas.
Diálogo con la sociedad civil: Construir alianzas con movimientos sociales, organizaciones comunitarias y sectores campesinos para ampliar su base de apoyo y generar soluciones desde abajo.
Políticas económicas progresistas: Implementar programas que prioricen la reducción de la pobreza, el acceso a servicios básicos y la creación de empleo digno, especialmente en regiones marginadas.
Comunicación estratégica: Mejorar la narrativa gubernamental para contrarrestar la propaganda de la oposición, los fake news y comunicar claramente los logros y desafíos del gobierno.
Un llamado a la acción
Alguien dijo una vez que no debemos endurecer nuestros corazones ante quienes fracasan, sino ante quienes nunca se molestan en intentarlo. Bernardo Arévalo aún tiene tiempo para demostrar que está dispuesto a intentarlo de nuevo, pero esta vez con un enfoque renovado y audaz. El reto es enorme, pero no imposible. Dependerá de su habilidad para reconectar con la ciudadanía, consolidar su base política y enfrentar con valentía a los intereses que buscan derribarlo.
La pregunta central sigue siendo: ¿tendrá Arévalo la visión y el coraje necesarios para liderar este proceso de transformación? Solo el tiempo lo dirá, pero lo que está claro es que el futuro de Guatemala depende, en gran medida, de cómo responda a estos desafíos.

