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El «día de la liberación» resulto siendo una guerra comercial

Posted on abril 9, 2025

Mario Rodríguez Acosta

Lo que se vendió como un gesto de liberación económica terminó siendo el inicio de una agresiva guerra comercial de Estados Unidos contra el mundo. Bajo la apariencia de proteger los intereses estadounidenses, las medidas anunciadas por el presidente Donald Trump —centradas en imponer aranceles recíprocos y generalizados al resto del mundo— no solo evidencia una estrategia profundamente desleal que rompe el esquema impuesto en los tratados de libre comercio, también, envía al cesto de la basura todo el sistema internacional que se construyó alrededor de la Organización Mundial del Comercio. Lo positivo con este enfoque es que da por terminada la etapa del libre comercio, el pilar económico del “mundo basado en reglas” que la globalización neoliberal construyó a lo largo de las dos últimas décadas. Lo negativo son los impactos que esto trae para el resto de mundo, principalmente en aquellos países que continúan aferrados al dogma de libre mercado, como es el caso de Guatemala.

Pero, ¿por qué Estados Unidos impone una guerra comercial al resto del mundo y cómo estas decisiones transforman de facto, las relaciones comerciales internacionales, cuyas implicaciones geoeconómicas aún son inciertas?

Empecemos por el principio. Estados Unidos adopta está decisión porque comprende que su hegemonía global está en peligro. Sus dirigentes se dan cuenta que tienen un problema estructural que amenaza con desestabilizar al país, problemas que vienen arrastrando desde hace mucho tiempo y que actúan como una bomba de tiempo, como la creciente deuda pública, la pérdida progresiva de la hegemonía del dólar como moneda de reserva global y la desindustrialización acelerada provocada por la expansión del capitalismo financiero y la deslocalización fabril. Estas tensiones pueden conducir al colapso económico de la primera potencia económica del planeta.

Por ello, Donald Trump asume una decisión trascendental que afecta en principio el comercio internacional y cuyo efecto más inmediato se notara directamente en el crecimiento de la economía mundial. Pero obviamente esta medida activará contramedidas de casi todos los países afectados, pues la subida de aranceles de forma unilateral se puede interpretar como una confiscación de las ganancias del comercio, tratando de afectar de manera sistemática e intencionada a todos los países que tienen superávit comercial con Estados Unidos, con el único propósito de beneficiar al capital norteamericano.

Está política cumple tres objetivos inmediatos. Por un lado, afronta y tratará de frenar el crecimiento de la deuda, mientras por el otro lado reconfigura las cadenas globales de valor, y de paso, fortalece al dólar como moneda central del sistema financiero mundial. No es poca cosa, y sus pretensiones están a la altura de sus necesidades. Para lograrlo, buscará reducir la deuda mediante dos estrategias complementarias. La primera es la devaluación controlada del dólar, lo que implica una pérdida de valor para los acreedores externos que poseen activos denominados en esa moneda, tratando de mejorar la competitividad de sus exportaciones para rentabilizar las nuevas inversiones. La segunda consiste en mejorar los superávits comerciales, generando mayores ingresos en divisas que permitan aliviar los pagos de intereses de su deuda interna sin comprometer la estabilidad del sistema financiero. Pero este ajuste estratégico tiene un efecto secundario significativo al trasladar los déficits comerciales a sus principales competidores en el ámbito productivo, particularmente a economías emergentes o rivales geopolíticos, lo que irremediablemente generará medidas reciprocas cuyos efectos negativos pueden provocar un colapso del comercio internacional, además de un incremento en los precios del petróleo expresados en dólares, lo que puede resultar contraproducente al acelerar una posible crisis inflacionaria que repercuta directamente en la economía estadounidense.

Un artículo escrito por Winchester y publicado en Asia Times, comenta el resultado de un modelo de “equilibrio general computable” que simula los efectos que tendrán las posibles represalias por parte de los países más afectados por las medidas arancelarias. Según el modelo, estas represalias podrían generar una contracción del 1.45% del PIB estadounidense, lo que equivaldría a una pérdida económica de aproximadamente 3,4 mil millones de dólares. Las repercusiones se extenderían también al resto de las economías, dependiendo de los niveles de aranceles impuestos y la proporción de sus exportaciones destinadas al mercado estadounidense. Por ejemplo, México enfrentaría una caída del 2.24% de su PIB, mientras que Canadá con aranceles iguales a México, sufriría un impacto del 1.65%; Brasil, afectado por un arancel mínimo del 10%, experimentaría una disminución de apenas el 0.28%. Estos impactos están directamente relacionados con la magnitud de las represalias comerciales y la dependencia de cada país respecto a las exportaciones hacia Estados Unidos.

Los países menos afectados por los aranceles —aquellos con tasas mínimas del 10%— podrían beneficiarse al posicionarse como alternativas comerciales más competitivas, atrayendo inversiones y reorientando flujos comerciales a sus economías, de cara a triangular el comercio para burlar los aranceles impuestos. No obstante, no todos los países optan por responder con represalias. Por ejemplo, Australia y el Reino Unido, han anunciado que no impondrán aranceles a las importaciones de Estados Unidos. El secretario de comercio del Reino Unido manifestó que “no adoptará medidas que pongan en riesgo su relación comercial con Estados Unidos”, considerado su principal socio económico. Esta postura, sin embargo, no es compartida por diversos sectores internos, como sindicatos y empresarios británicos, quienes advierten que una guerra comercial podría tener efectos negativos generalizados, afectando a todas las partes por igual.

Cuando Estados Unidos amenazó a México y a Canadá con imponer aranceles, el diario Wall Street Journal lo calificó como «la guerra comercial más estúpida de la historia”. La revista The Economist los llamó “los disparates del Trump”. En aquel entonces, se argumentó que estas medidas se debían a cuestiones relacionadas con el tráfico de drogas, específicamente la exportación de precursores químicos provenientes de China que son utilizados para fabricar fentanilo, pero al generalizar las restricciones, sus implicaciones están trascendiendo del ámbito de la seguridad nacional al ámbito geoeconómico. Esto podría desencadenar una reconfiguración significativa del comercio internacional, al mismo tiempo que reposiciona las alianzas geopolíticas existentes. Los países del BRICS tienen una participación del 17% del comercio mundial, frente a un 10.3% de Estados Unidos. Es obvio que la respuesta de estos países, principalmente de China, Sudáfrica e India, puede traer consecuencias no previstas.

Por extraño que parece, Rusia es el único país a quién no se le impuso nuevos aranceles, como tampoco se levantaron las sanciones que pesan sobre la economía rusa. Quizás, y lo mencionó solo como especulación, Trump esté negociando el acceso a la energía y los minerales que Rusia pueda obtener en la guerra con Ucrania a cambio de obligar a Ucrania a aceptar la paz y por eso, puede resultar contraproducente incluirla en el listado de afectaciones arancelarias. Ya se verá en el futuro.

Desde una perspectiva histórica, esta estrategia refleja la capacidad que aún posee Estados Unidos para imponer o influir en los cambios del orden mundial. Sin embargo, también plantea interrogantes sobre las implicaciones a largo plazo para la estabilidad del sistema financiero global, el comercio y las relaciones internacionales. Al priorizar su supervivencia económica, Estados Unidos está redefiniendo las reglas del juego en el comercio mundial, a costa de tensiones crecientes con sus socios y también con sus adversarios.

El antecedente más cercano a la situación actual se remonta a los años 70, cuando Richard Nixon anunció que Estados Unidos dejaría de respaldar el valor del dólar con oro. Esta decisión marcó el fin del sistema de Bretton Woods y convirtió al dólar, de facto, en la moneda de referencia global. En aquel entonces, esta medida abrió las puertas a la especulación financiera y permitió, mediante la expansión monetaria, inundar el mundo con dólares devaluados. Además, consolidó el dominio del dólar al vincular los precios del petróleo y los pagos internacionales a esta moneda. Nixon tomó esta decisión ante la incapacidad de la economía estadounidense para cumplir con sus compromisos frente a los acreedores, apurado por la derrota militar en Vietnam y el declive de la expansión de la posguerra que significó el surgimiento de los países europeos. Lo cierto es que la medida adoptada por Trump está poniendo fin al libre comercio neoliberal y abre la puerta para una nueva etapa en las relaciones comerciales, En cierta medida, ambas medidas buscan salvar la economía de Estados Unidos del colapso, por contradictorio que parezca. Es el neoliberalismo pidiendo la intervención estatal, para permitir su reconfiguración.

Sin embargo, el esquema arancelario que impuso Trump tiene pocas garantías de éxito. Los países más afectados, especialmente las economías desarrolladas, probablemente adoptarán medidas similares o incluso más drásticas para compensar las pérdidas económicas. En el corto plazo, Estados Unidos incrementará sus ingresos por aranceles, pero en el mediano y largo plazo, si no se revierte la deslocalización, las inversiones no serán compensadas y sí sucede, como se pronostica, la economía de Estados Unidos puede entrar en recesión dejando de ser atractiva la idea de trasladar las fábricas porque su rentabilidad se verá reducida, generando una espiral de incertidumbre que tendrá un efecto expansivo afectando otros sectores económicos.

Además, revertir completamente la distribución actual de las cadenas de suministro globales parece poco realista, dado que una de las cosas que mejor hizo el libre mercado fue la integración fabril mundial que aprovechando la mejora en la comunicación y el transporte creo el autómata global. Por ejemplo, aunque empresas automotrices como Toyota, KIA y Nissan hayan establecido fábricas en Estados Unidos, eso no les garantiza que todos los componentes necesarios sean fabricados localmente. La imposición de aranceles recíprocos no es el fin, sino un mecanismo para obligar a los países a dar un mejor trato a los bienes de Estados Unidos, pero eliminar ciertas partes de la cadena, sin afectar aquellas que me favorecen, no solo es poco viable, tampoco resulta fiable.Si eso no se logra, en última instancia, los más perjudicados serán los consumidores estadounidenses, quienes no verán beneficios tangibles derivados de esta política.

Un dato tangible, el día después del anunció , el mercado bursátil se desplomó, mientras la Unión Europea impondrá aranceles al acero y al aluminio y China, responderá con medidas similares sobre componentes clave utilizados en la industria automotriz. Es claro que estos países defenderán agresivamente aquellas partes de la cadena de suministro donde obtienen mayores ganancias, tomando en cuenta que el superávit comercial de la UE actualmente supera los 230 mil millones de dólares. Eso no significa que se sumen a una guerra comercial inminente, pero obviamente existirán ajustes naturales que en definitiva reestructuran los flujos de inversión, el comercio internacional y sobre todo, las exportaciones cuyo destino final sea el mercado de Estados Unidos.

Algunos economistas keynesianos apoyan estas medidas. Consideran que con esto se protege la producción interna y se revierte la tendencia de incrementar los déficits comerciales. Otros en cambio consideran que, en lugar de resolver los problemas estructurales de la economía estadounidense, esta estrategia podría desencadenar una escalada de tensiones comerciales y profundizar las distorsiones en el comercio global. En ambas posturas existe la convicción que los déficit comerciales y presupuestarios radican en las prácticas mercantilistas de la economía de Estados Unidos y no en la estructura del comercio internacional.  

La economía real de Estados Unidos solo representa el 18.7% de su PIB, de los cuales el 10.3% corresponde a su base industrial, el 4.4% a la construcción, 3.1% a minería y el 0.9% al sector agrícola. El resto es pura especulación financiera, seguros, transporte y gasto de gobierno, incluyendo el gasto militar. Con este tipo de política arancelaria, Estados Unidos pretende traer de vuelta las fábricas que, en su día, marcharon al exterior buscando mano de obra barata, bajos impuestos y mínima regulación ambiental. El problema es que, de golpe, esas inversiones no estarán de vuelta, como tampoco mejorará la competitiva de la economía, ni traerá la cantidad de empleos de calidad que el país requiere. si eso pasa, será en el largo plazo, quizás cuando Trump deba entregar el poder a su sucesor.

Pero regresando al tema arancelario, al principio de este análisis mencionamos que el fin del neoliberalismo, entendido como la política económica dominante durante décadas, debe ser interpretado como un avance positivo. Y así es. Además de desenmascara el cinismo y la hipocresía de las élites globales y nacionales que vendieron los TLC como la panacea que llevaría a otro nivel el comercio, con reglas claras y respetando el «estado de derecho», cuando todo eso fue una farsa. Sin embargo, su reemplazo —el tecno-neoliberalismo— resulta aún más preocupante. Un ejemplo claro de este fenómeno es lo que Javier Milei ha intentado implementar en Argentina y Bukele en El Salvador, ambos proyectos como experimentos de esta nueva doctrina de dictadura y liberalismo extremo. El tecno liberalismo está siendo propuesto y liderada por figuras como Elon Musk en Estados Unidos, personaje que representa la fusión entre el capital financiero y el capital tecnológico, en busca de instaurar la competitividad del aparato productivo estadounidense mediante el uso de inteligencia artificial (IA), plataformas digitales y control militar automatizado, o en otras palabras, confinar al autómata global que se creo en la etapa neoliberal con el componente de la IA para mejorar su rendimiento y control. El objetivo declarado es devolverle al país su hegemonía económica, pero también establecer un sistema global donde las máquinas controlen no solo la producción, sino también las relaciones sociales y políticas.

Esta visión extrema del tecno-neoliberalismo recibe el nombre de «neoreaccionarios«, un concepto que propone la reducción del Estado a una entidad mínima, operada casi exclusivamente por computadoras e inteligencia artificial cuya corriente se hace llama transhumanismo. En este modelo, el ciudadano deja de ser un actor político para convertirse en un mero usuario de las redes gubernamentales, tratado como un cliente en lugar de un miembro activo de la sociedad. Se trata de la materialización de lo que Stephen Bannon, el ideólogo del fascismo contemporáneo en Estados Unidos predijo durante el primer mandato de Trump y lo llamó la «deconstrucción del estado administrativo«. Este proyecto elimina la burocracia tradicional, pero también sacrifica la democracia, subordinando todo a la eficiencia tecnológica.

Esto es importante mencionar en este contexto, porque los aranceles significan la punta del iceberg de los cambios que se están desarrollando a lo interno de Estados Unidos, pero que al final terminan afectando al resto de países. El soporte ideológico en que se construyen estas medidas también es importante conocerlo, dado que anteriormente el superávit comercial de los otros países no resultaba peligroso para Estados Unidos, porque en esos tiempos, eran las empresas y los capitales gringos lo que exportaban los productos desde países en desarrollo aprovechando la mano de obra barata. Así fue como Apple y Tesla, por mencionar a dos de las más representativas, crecieron y se consolidaron en China, entre otros, porque producían al amparo del aparato estatal gringo, obteniendo una plusvalía neta que compensaba la balanza de pagos negativa que le provocaban las importaciones desde China. Ahora que eso ya no se logra, exigen y coacciona a las empresas a trasladar sus inversiones a territorio norteamericano. El sector automotriz y el tecnológico es el claro ejemplo de está situación, más ahora que la industria china en ambas ramas los ha superado por completo.

También hay que tomar en cuenta que el auge del comercio en la actualidad se debe principalmente al comercio de servicios. Y aquí en donde se fusiona el capital financiero con las plataformas tecnológicas que dominan los servicios en la actualidad. La globalización tal y como la conocimos llego a su fin. Lo nuevo viene de la mano del capital digital, los servicios tecnológicos y la propiedad intelectual, terreno que domina aún Estados Unidos por amplio margen. Por eso se oponen a las restricciones que la Unión Europea le impone a sus gigantes tecnológicos como Google, Facebook y otras plataformas. Pero hay que entender que la guerra contra China, no va solo por el comercio, también es una guerra ideológica contra el modelo exitoso del comunismo y de paso una guerra tecnológica por la supremacía de innovación.  

En este contexto, que pinta Guatemala. Un país que continúa dependiendo de sus exportaciones agrícolas tradicionales y cuyo vínculo con el mercado estadounidense es histórico y al mismo tiempo estructural. Desde que las bananeras llegaron al país, aprovechando la estructura agraria heredada de la colonia, fortalecieron la base productivo del mono cultivo extractivo, cuyo destino principal y por mucho tiempo casi único, siempre fue el mercado de Estados Unidos. Por eso, la noticia de la subida de aranceles fue tomado con escepticismo, temor e incertidumbre por la élite exportadora, que a su vez es de las más depredadoras que existe y que se aglutinan en la cámara del agro, única fuente que manifestó su inconformidad.

Es obvio que con esta política, Estados Unidos rompió los compromisos suscritos dentro del Tratado de Libre Comercio, pero eso a quién le importa, y contra esa determinación, poco o nada se puede hacer, por muy poderosos que sean esos empresarios agro exportadores en el país.

A Guatemala se le impuso el arancel mínimo del 10%, cantidad similar a la impuesta en promedio al resto de países de América latina. Lo que implica que los países que ofrecen los mismos productos de agro exportación tendrán las mismas limitaciones de ingreso al mercado gringo. Brasil, por ejemplo, importante exportador de café, tiene la misma penalización que Guatemala.

La élite exportadora, como buena depredadora manifestó que no está disputa a asumir ese costo y tampoco podría trasladar dicho incremento a los consumidores toda vez que muchos países asumirán el pago de los aranceles lo que implica que podrían ser desplazados del mercado. Por ello han solicitado ayudas al gobierno para que por medio de los canales diplomáticos se negocie una baja en los aranceles impuestos, tomando en cuenta que estos entran en vigencia hasta el 9 del presente mes. Esto resulta irónico, toda vez que es una élite golpista que detesta al gobierno de Arévalo y que conspira para dar el golpe de estado judicial en conjunto con el pacto de corruptos. Ahora llamando al «papá estado» para que arregle el asunto, les otorgue un subsidio o los exonere, aún más, de los impuestos.

Queda demostrado con esa actitud que ni los mono cultivos tradicionales, ni los llamados cultivos agrícolas no tradicionales son competitivos ni han significado desarrollo para el país,  a pesar de las enormes ayudas que han recibido de distintos gobiernos y de la cooperación internacional. El propio Estados Unidos ha fortalecido a Agrexport y Anacafé a través de la agencia para el Desarrollo USAID los principales receptores de la ayuda al desarrollo durante los últimos 15 años. En otras palabras, nunca han sido competitivos, ni con subsidios, ni pagando salario de miseria, ni teniendo acceso al mercado de Estados Unidos con ventajas dentro del esquema de los Tratados de Libre Comercio que hoy se convierten en letra muerta. Simplemente porque siempre han sido una explotadores avorazados. Al final, esa es la ironía que Trump nos brinda en el día de la liberación. Esa contradicción neoliberal que hoy nos devuelve a la realidad.

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