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Donald Trump, el gran perdedor

Posted on junio 16, 2025

El presidente de Estados Unidos celebró su cumpleaños con un desfile militar bastante deslucido, mientras el resto del país protestaba contra quien se autoproclamó el “king” de la nación. Pero al margen de esa anécdota, Trump enfrenta una realidad compleja e incierta, un frente interno que busca derrocarlo, protestas masivas de una ciudadanía cansada del circo político, hábilmente aprovechado por los demócratas en vísperas de las elecciones de medio término; y un frente externo que ya no controla, en donde Estados Unidos se ha convertido en un simple espectador-negociador, dejando atrás su papel imperial hegemónico de años anteriores. Estamos asistiendo al derrumbe de la dominación occidental y a un cambio geopolítico importante que está delineando el nuevo orden internacional.

¿Por qué decimos esto? Basta ver que los aliados europeos boicotean las directrices de Estados Unidos, y tanto Francia, Inglaterra y ahora Alemania asumen y disputan entre ellos quién conducirá la nueva OTAN y la política exterior de la Unión Europea. Son ellos quienes se han opuesto a la paz en Ucrania y, junto con Zelensky, han llevado a cabo ataques en la retaguardia profunda de Rusia con el único objetivo de frenar la negociación. Y como dijo Bannon, el otrora asesor y amigo de Trump, si el presidente no lo sabía, es grave; si lo sabía, es peor, un negociador así ya no tendría credibilidad alguna.

Luego está el ataque de Israel contra Teherán. Netanyahu lanzó un ataque al programa nuclear iraní días antes de la sexta ronda de negociación, cuando según las partes había puntos de encuentro que podrían presagiar un acuerdo. El problema es que su ataque fracasó. En todo caso, Irán ya manifestó que no quiere tener una bomba nuclear, por lo tanto, iniciar una guerra para eliminar una posible amenaza, dado que Israel viene diciendo esto desde hace más de 20 años, no tiene sentido, a no ser que en el fondo el objetivo haya sido involucrar a Estados Unidos en otra guerra. En esta nueva etapa, lo único que queda por ver es si puede o quiere intervenir Estados Unidos, so pena de ser derrotado y que ello signifique el fin del imperio.

Revisemos la situación.

Desde que asumió el cargo, Donald Trump se impuso como meta realizar un cambio frenético en parte de la administración federal y reorientar la política exterior. Entre sus principales objetivos estaba desvincularse de la Unión Europea, frenar la guerra en Ucrania, delinear el papel de Israel en oriente medio y enfocarse en su enfrentamiento contra China. A nivel interno pretendió frenar el déficit presupuestal para contener la deuda externa y sanear o cerrar ciertas instituciones federales como la Agencia de Cooperación USAID. Para llevar a cabo esta tarea le encomendó a Marco Rubio el Departamento de Estado, a Elon Musk la tarea de sanear la burocracia federal, mientras que el Tesoro se lo confió a Scott Bessent, cerebro de la guerra arancelaria impuesta, con el objetivo de frenar la globalización neoliberal, salvar al dólar de su declive y resolver la inflación interna. Sabía que durante su primer mandato fue cooptado por el estado profundo casi de inmediato, y recordó que cuando fue obligado a despedir a su consejero de seguridad nacional, el general Michael Flynn, y que le impusieron el nombramiento de Mike Pompeo, un halcón neoconservador a cargo del Departamento de Estado.

No se le puede culpar a Trump de intentar cambiar la política exterior de Estados Unidos. Iba en serio la primera vez, y en la segunda oportunidad también. Así que ha intentado hacer todo eso con simples ordenes ejecutivas. Pero no lo está logrando. En principio, lo que llaman el estado profundo no quiere que las guerras se terminen: viven de la economía de guerra y se benefician de fabricar armas y de la destrucción en todo el mundo para cambiar regímenes que consideran incómodos, favoreciendo así su visión hegemónica. La fabricas y las grandes empresas no regresarán a Estados Unidos, simplemente porque no es rentable.

Mientras Trump asume que mantener ese nivel de gasto militar es insostenible, sus adversarios internos y externos lo torpedean en todos los frentes. Congresistas republicanos visitan a Zelensky en Ucrania y días después se produce una de las mayores operaciones militares en territorio ruso que afectan directamente al componente de aviación táctica estrategia de la tríada nuclear rusa. Mientras esos mismos congresistas presentan una iniciativa de ley para sumarse a las sanciones europeas contra el petróleo ruso e imponer un arancele del 500% para evitar que China e India pueden comercializar el petróleo que adquieren de Rusia.

Pero con todo esto, el aparato militar de Estados Unidos sigue siendo el más poderoso del mundo, aunque a un costo enorme y en el mediano y largo plazo, si todo continua como está, es insostenible su mantenimiento. Un ejemplo, un misil patriot tiene un costo de 2 millones de dólares, mientras que un dron iraní solo 20 mil dólares. Más allá del asunto financiero, el armamento de Estados Unidos no esta adaptada por las condiciones de guerra actuales. Su programa de misiles hipersónicos está retrasado y sus defensas antiaéreas son incapaces de frenar un ataque de ese tipo. Sus portaviones ahora son presa fácil de drones y misiles. La acción contra Yemen mostró que, pese a destruir infraestructura importante y atacar centros urbanos de ese país, tuvo que llegar a un acuerdo para frenar la escalada de dicha confrontación, precisamente porque el gasto incurrido no compensaba los resultados obtenidos, según las propias palabras de Trump, mientras que sus equipos y soldados estaban expuestos a los ataques de los rebeldes yemeníes.

Su pérdida de control del ejecutivo se presume con mayor persistencia. La primera impresión que se tiene de esa situación, ocurre cuando surge la ruptura pública con Elon Musk, uno de sus aliados tecnológicos más visibles. La confrontación no solo puso en evidencia la fragilidad de sus vínculos empresariales, sino también su creciente vulnerabilidad ante sectores del establishment que no comparten su visión unilateral o aislacionista. Este episodio fue apenas una antesala de lo que vendría después: una verdadera desconexión entre la Casa Blanca y los círculos de poder militar y diplomático que realmente toman las decisiones. El boicot a la segunda reunión de paz en Estambul reveló que el alto mando militar de Estados Unidos no estaba de acuerdo con abandonar la UE ni la OTAN, como tampoco a Volodimir Zelensky. El aviso fue claro: Trump no controlaba el tablero donde se toman las grandes decisiones.

Netanyahu y la humillación israelí

Pero el golpe más fuerte llegó desde Tel Aviv. Benjamín Netanyahu, supuesto aliado incondicional de Washington, decidió no esperar a que concluyeran las delicadas rondas de negociación entre Estados Unidos e Irán. En lugar de eso, ordenó ataques aéreos contra objetivos iraníes, forzando una escalada que dejó a Trump en una posición insostenible. Estados Unidos, como socio obligado de Israel, terminará involucrándose directamente, a pesar de que Trump estaba intentando distanciarse de nuevos conflictos en Oriente Medio e incluso distribuyó, entre sus embajadas, la directriz para que estas informaran a los países que Estados Unidos no tuvo nada que ver con el ataque inicial.

La maniobra de Netanyahu no solo mostró la influencia del lobby sionista en Washington, sino también la debilidad del presidente frente a sectores militares y políticos que tienen una agenda propia. No en vano, figuras como Marco Rubio han sido acusadas de jugar a dos bandas, actuando como puente entre intereses israelíes y ciertos sectores del Congreso norteamericano y gestionan una agenda aparte de lo que Trump desea.

Irán respondió con contundencia. Primero atacó el Ministerio de Defensa israelí y luego lanzó misiles contra Haifa, donde se encuentra la refinería que abastece más del 60 % del consumo energético de Israel. Este ataque no solo infligió daños materiales, sino que también envió un mensaje claro: Israel no puede sostener una guerra prolongada contra Irán sin el apoyo directo de Estados Unidos.

En otras palabras, Netanyahu apostó a que Trump saldría al rescate. Y probablemente lo haga, pero ¿a qué costo? Y tampoco se puede garantizar que esto logre el objetivo. Si Estados Unidos no interviene, Israel quedará tocado y el poderío que disponía se evaporará y mostrará sus limitaciones. Eso también hará disminuir la influencia y el control que Estados Unidos tiene en la región. Pero si Estados Unidos interviene, seguramente sus objetivos estratégicos se verán alterados y su poder disminuido, lo que puede fortalecer más a China y Rusia, frente a un imperio debilitado que no puede «pacificar» sus dominios territoriales porque ya no tiene la misma disposición o porque los adversarios lo han superado en capacidad combativa.

Finalmente, esto se puede presentar como un dilema existencial tanto para Estados Unidos como para Israel. Una cosa ha quedado clara en los primeros días de esta guerra: Israel no puede avanzar más allá de un primer ataque sorpresa. Carece de la industria militar necesaria para sostener una guerra convencional a largo plazo. Sus fábricas de armamento están orientadas a combatir insurgencias, no a enfrentar ejércitos regulares con tecnología avanzada. Y aquí aparece nuevamente el dilema de Trump: ¿intervenir directamente y arriesgarse a una escalada global? ¿O mantenerse al margen y dejar que Israel lidie solo con las consecuencias? Esta encrucijada refleja la parálisis estratégica de una administración que prometió «hacer grande a Estados Unidos otra vez», pero que hoy parece incapaz de controlar ni siquiera su propio aparato militar.

Las limitaciones del ejército israelí

Militarmente, el ejército de Israel está diseñado para operaciones urbanas, bombardeos aéreos indiscriminados y operaciones de inteligencia precisa. Por ello apostó a dar un golpe mortal al programa iraní, esperando decapitar al alto mando del ejército y así debilitar la respuesta de Teherán, como lo hizo con Hezbolá, Hamás y en Siria. Pero nada de esto ocurrió, pese a que el ataque a las centrales nucleares y a las bases de misiles alcanzó su objetivo, no generó una derrota estratégica y dejó intacto el poderío militar de Irán. Total, ese país no tiene una bomba nuclear y su programa puede ser reconstruido, pero no representa en la actualidad un activo estratégico militar relevante, ni golpear instalaciones nucleares significa un golpe significativo al ejército y a la guardia revolucionaria.

Tras casi un año de bombardeos sobre Gaza, donde miles de civiles han muerto sin que Israel haya podido rescatar a todos sus rehenes, ni asegurar una victoria clara, se muestra la inoperancia de un ejército construido para evitar la lucha real contra un ejército similar. Si ya resulta complicado derrotar a un grupo irregular con recursos limitados, ¿qué podría pasar frente a una potencia regional como Irán?

La infraestructura civil y económica de Israel corre riesgos reales. El territorio israelí es limitado y los ataques iraníes pueden afectar seriamente su producción energética, su comercio y su seguridad nacional, a diferencia de Irán, que es un país más grande, cuyos activos militares están distribuidos más ampliamente y posee los recursos necesarios para fabricar sus productos militares.

Su tan afamada Cúpula de Hierro, el sistema de defensa aérea de Israel, ha mostrado su inoperancia para atajar los misiles que envía Irán. Este sistema fue creado para interceptar cohetes artesanales y drones de grupos irregulares. Pero en otras condiciones requiere de ayuda de otros sistemas, como las baterías Hondas de David y Hetz-Arrow, así como baterías Patriot o el poderoso sistema THAAD de Estados Unidos, para cubrir una zona multinivel más amplio que logre un porcentaje elevado de intercepción.

El problema de Israel radica en que su ejército, y quizás tampoco su población, esté preparado para una guerra prolongada, una guerra de desgaste en su propio territorio. Sus baterías antiaéreas tienen costos operativos elevados, mientras algunos equipos de Estados Unidos están siendo utilizados por Ucrania. Así, con simples ataques múltiples que saturen sus baterías defensivas, su porcentaje de interceptación caerá y su capacidad se verá cada vez más reducida con cada ataque, dado que Israel no fabrica la mayoría de los misiles utilizados, sino que los tiene que comprar o solicitar a Estados Unidos, que en última instancia es quien se los proporciona. Hay que recordar que Irán fabrica sus misiles, mientras que Israel los compra, y su principal proveedor, Estados Unidos, no tiene la suficiente capacidad para responder en tiempo y con una logística adecuada a las necesidades de la situación actual.

Por otro lado, Israel no posee un programa desarrollado de misiles; depende de sus aliados, principalmente de Estados Unidos. Su ofensiva se basa principalmente en la capacidad operativa de su fuerza aérea, pero la distancia exige un operativo que al final terminará por desgastar a los pilotos, a las aeronaves, y la sorpresa que se tuvo en el primer ataque ya desapareció, por lo que en cada incursión tendrá una mayor resistencia de los sistemas antiaéreos iraníes. En este punto Estados Unidos ha puesto a disposición de Israel los aviones cisternas para abastecimiento de los aviones de ataque israelí, tomando en cuenta que a ambos países los separan más de 1,500 kilómetros.

La derrota mediática y moral

Aunque Washington e Israel siguen contando con el respaldo de algunos medios globales, la narrativa favorable se derrumba rápidamente. Las movilizaciones masivas en todo el mundo —desde Nueva York hasta Londres, desde Johannesburgo hasta Buenos Aires— denunciando el genocidio en Gaza y los ataques sistemáticos en Cisjordania, son un testimonio de cómo la opinión pública global se inclina cada vez más hacia Palestina. La brutalidad israelí no solo no detiene la resistencia palestina, sino que multiplica el rechazo internacional. Ni siquiera los bombardeos constantes, los bloqueos humanitarios ni los asesinatos selectivos logran doblegar a quienes resisten en Gaza o Cisjordania. Por el contrario, generan indignación, protestas y un cambio de percepción que afecta negativamente a los intereses estadounidenses e israelíes. Con el ataque ilegal a Teherán, la cuestión está cuesta arriba para la opinión pública internacional, por mucho que los gobiernos de la Unión Europea y el propio Estados Unidos justifique la actuación israelí, ya no es creíble. Aquí, nadie los atacó, ellos fueron los atacantes y su derecha a defensa ahora se ve cuestionado por se una falacia utilizada que dejo de ser convincente.

El gran perdedor

Así, Donald Trump emerge como el gran perdedor de esta nueva era de tensiones globales. Prometió romper con el intervencionismo tradicional, pero terminó siendo arrastrado por los mismos engranajes que juró destruir. Sus fracasos en Ucrania, su impotencia frente al lobby israelí, la fractura con sus aliados más cercanos y la falta de control sobre su propio gobierno interno lo colocan en una posición débil, tanto en el escenario internacional como dentro de su propio país. Su imagen de líder fuerte se quiebra día a día, y aunque sigue celebrándose como un salvador de la patria, la historia lo recordará probablemente como uno de los presidentes más impotentes de la historia reciente de Estados Unidos.

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