Dice la Cámara de Comercio que lo importante son sus principios, esos que, según ellos están vinculados a la libertad de mercado. Pero por más que emita pronunciamientos es de conocimiento público la voracidad de los empresarios. Y si una industria es voraz en sus políticas es la farmacéutica. Basta observar su comportamiento con la comercialización de la vacuna en pleno auge de la pandemia, o en la lucha contra el VIH-Sida, en dónde el propio Nelson Mandela tuvo que intervenir para decir que Sudáfrica produciría medicinas genéricas para combatir la enfermedad ante los intereses monopólicos de las grandes farmacéuticas.
El 10 minuto, el representante de Farma Value, demostró a qué juegan los empresarios. Controlar y fijar los precios, establecer mecanismos para bloquear competidores y obtener una máxima ganancia a costa de la vida de personas, seres humanos, que, por su condición económica, muchos no pueden costear sus tratamientos. En este caso particular, el daño marginal de obtener la mayor ganancia posible se puede considerar como un crimen, dado que estamos hablando de la salud de las personas, no de bienes de lujo.
Las claves del debate son: es el poder económico quién ha corrompido al sistema democrático y al libre juego del mercado, o es la incapacidad del estado para regular los excesos que el poder económico comete con impunidad. Y en dónde está la justicia en estos casos que se pone de lado del monopolio para proteger sus intereses, sin importar la salud y el bienestar de la gente. Sobre la división de poderes, habrá que preguntarse si existe realmente en el sector justicia o lo que existe es una sumisión. Y sobre la capacidad o incapacidad del estado para rectificar y jugar un papel rector, habrá que analizar si es el modelo económico de libre mercado lo que impide concretar esa regulación, o inevitablemente es la tiranía del monopolio la que va prevalecer. En fin, nos debemos preguntar si esa ideología neoliberal o libertaria como ellos prefieren llamarse, tiene sustento en la realidad o solamente se usa para justificar su inconsistencia, o si tiene sentido pensar en una realidad alternativa, un modo radicalmente distinto en donde se anteponga en primer término el interés y el bienestar de las personas y no de las ganancias.