Envidia. Nada que ver. Quizás indiferencia. Pero seguro es vergüenza ajena.
Al observar las imágenes de los supuestos invitados chapines a la investidura de Donald Trump me provocaron náusea. Un rebaño de corruptos de la peor calaña, acompañó el proceso de transición y pagó por estar en esos actos, aún y cuando no fuera posible estar con los meros, meros de la política gringa, se vistieron de gala. Fue obvio que la ceremonia de investidura fue más que un acto protocolario, que desde hace años es un negocio recaudador. Y para los políticos gringos, acostumbrados a ser una “nación excepcional”, notaron que los que llegaron de estos lugares del continente son un verdadero hatajo de psicópatas corruptos. Basta con ver a los dos “enviados especiales” del ministerio público, en representación de su amada fiscal, si hasta aprovecharon para tomarse selfies con el loco de Milei.
En ese contexto, considero que los asesores de Trump recomiendan no aparecer ni en pintura con esta clase de gente, que movidos por una mezcla de sumisión neoliberal e impunidad, acudió en masa a la capital del imperio para darse un baño de realidad. No pintan nada., pero pueden provocar mucho daño. Más cuando un loco asumió la tarea de reconvertir el imperio y evitar su decadente declive.

