Por fin, después de tanta propaganda, promesas, retrasos y campañas publicitarias dignas de ficción barata, la Municipalidad de Guatemala ha puesto en funcionamiento parcialmente los tan cacareados semáforos inteligentes. Algunos están instalados en arterias claves como Reforma, Próceres, Petapa y zona 2, parpadeando como faros de esperanza en medio del caos cotidiano que ellos, TuMuni, han provocado.
Según el alcalde, estos dispositivos cuentan con sensores, cámaras y conexión en red, enlazados a un sistema centralizado que “aprende” el comportamiento del tráfico, tratando de adaptarse en tiempo real, para obtener una circulación más fluida, continua y de paso convencernos que vivimos en una ciudad moderna. Pero lo que no puede afirmar, ni confirmar, es que la inteligencia artificial no puede resolver este desastre humano que provoca el transito diario de la ciudad.
La congestión en la Ciudad de Guatemala no es un problema de semáforos. Es un síntoma de décadas de abandono, corrupción y urbanismo de feria barata. La ciudad ha crecido como un tumor, sin planificación, ni orden, sin mirar hacia adelante, porque han preferido invertir en pantomima urbana, cámaras que no capturan delincuentes, aplicaciones ciudadanas que nadie descarga, pasarelas peatonales que tardan meses en instalarse y pasos a desnivel que solo benefician a los centros comerciales, creando más tráfico del habitual. Y, por supuesto, el teleférico, esa pantomima disfrazada de innovación, que huele más a negocio que a solución.
La verdadera inteligencia no está en los sensores, sino en la capacidad de una ciudad para organizarse. Mientras la ciudad siga creciendo sin rumbo, mientras las autoridades sigan cambiando soluciones por anuncios y mientras los ciudadanos sigamos pagando el costo en tiempo, salud y calidad de vida, lo más inteligente que podrían hacer estos semáforos sería apagarse. Los semáforos inteligentes no son malos por ser tecnología. El problema es usarlos como parche para heridas profundas. Sin transparencia, sin planificación, sin justicia espacial, lo “inteligente” se convierte en otro show tecnológico para justificar gastos públicos. Y mientras tanto, el tráfico sigue, los ciudadanos pagan el costo, y las mañas… siguen siendo recurrentes.

