Mario Rodríguez
Los próximos partidos de la selección nacional serán a vida o muerte.
Contra El Salvador, Guatemala debe ganar. No hay otra opción. Un empate significaría la eliminación definitiva de la eliminatoria. Y también un fracaso estrepitoso para un equipo que se formó para llegar al mundial por primera vez en su historia.
Tras tres partidos, el equipo está lejos. muy lejos, de lo que su afición espera y del nivel mostrado en la Copa Oro. La derrota inicial definió el rumbo del equipo de Tena. Los empates posteriores contra Panamá y Surinam no hicieron más que evidenciar sus carencias.
No hemos sido lo suficientemente agresivos. Tal vez por la falta de rodaje físico necesario para este tipo de compromisos. Nos han superado en ritmo, velocidad, fuerza y, sobre todo, en disposición táctica. El equipo, por momentos se ve lento, indeciso, inseguro y hasta temeroso.
El Salvador llega con un equipo aguerrido, con una mentalidad similar a la de Guatemala, pero con una diferencia clave, la actitud de sus jugadores, que pelean cada jugada, que se entregan como que fuera el final de todo. Aquí Samayoa luce lento e inconsistente al salir jugando, sus pases suelen ser riesgosos o entregan el balón con demasiada facilidad, allá tienen jugadores que imponen intensidad desde el primer minuto. A Pinto le sobra coraje, pero le falta fuerza. Hagen, por su parte, arruina buenas actuaciones con errores garrafales. En cambio, la Selecta cuenta con delanteros hábiles y desequilibrantes, capaces de desbordar con facilidad, como ya lo han hecho antes, y seguramente lo intentarán de nuevo.
La incorporación de Chucho López le dio al técnico opciones tanto en contención como en salida. Aunque su rendimiento ante Surinam es difícil de evaluar, los destellos de asociación y toque que mostró en el segundo tiempo invitan a repetir ese ritmo, pero con consistencia durante todo el partido.
La falta de contundencia en ataque es preocupante. Contra Panamá y Surinam, las oportunidades fueron escasas. Los goles que se lograron no fueron fruto de jugadas bien elaboradas, sino de errores defensivos rivales. Rubín se ve solitario en punta, sin el apoyo ni la conexión que necesita. Santis sigue siendo voluntarioso, sí, pero anda desconectado y no encuentra ese toque final que lo consagre como el goleador que la selección requiere.
Al final, lo que más le falta a este equipo es un verdadero director de orquesta, alguien que sepa pausar el juego cuando se necesita, acelerarlo cuando los espacios se abren, distribuir con criterio y, sobre todo, entender en el campo las necesidades tácticas del momento. No se puede perder un partido en el tiempo de reposición. Eso solo ocurre cuando no hay un jugador que, con su sola presencia en el mediocampo, controle el pulso del partido.
En este grupo eliminatorio no hay abismos técnicos. Panamá, que llegaba como favorito, se ha desinflado. Surinam sigue siendo un equipo rápido y físico, pero nada extraordinario. El Salvador, en cambio, viene con hambre, quiere demostrar que su fútbol renace y que aún puede soñar con las glorias que un día encarnó el Mágico González.
Por eso, el único equipo que hasta ahora no ha mostrado absolutamente nada, y que carga con toda la responsabilidad de demostrar su verdadero nivel, es Guatemala. De lo contrario, todo quedará en una ilusión construida sobre el marketing que rodea al negocio de la selección, pero que, en la cancha, no refleja la realidad de nuestro fútbol.
La Selección tiene la palabra. Ahora debe mostrar no lo que dice, sino lo que puede hacer y lo que no lograr. Ganar es lo único que vale.

