Por Mario Rodríguez
Las matemáticas son brutales y exactas, así que en eso la ideología no tiene mucho que ver, pero si, está relacionado con la hazaña que actualmente realiza Estados Unidos para honrar su deuda pública. Malabares financieros para sostener al dólar como moneda global y refuerzo ideológico para evitar que el resto de países utilice otra moneda con valor real. Por tanto, cada vez que la deuda pública gringa crece, se antoja que pagarla es cada vez más una quimera.
El servicio de esta deuda, un tumor que hizo metástasis, dejó de ser un lastre para la economía más poderosa y grande del mundo para convertirse en una losa existencial que con el correr del tiempo se convierte en una señal del declive anunciado a la potencia hegemónica.
Ya en los pasillos de Wall Street se susurra está incomodidad. Los presidentes y jefes de los bancos centrales saben perfectamente que pronto estallará esa crisis, mientras tanto, muchos siguen aferrados a los dogmas ortodoxos de pensar que la deuda sigue siendo sostenible. Y dicho acto de fe, al parecer no reside en la solvencia del país deudor, sino en un acto de resignación colectiva en el poder de Estados Unidos para encontrar una salida a semejante situación y en la creencia casi religiosa de que el mundo seguirá aceptando el dólar que la máquina de imprimir produce sin cesar.
Asistimos a una quiebra sistémica, pero nos aferramos al estribillo muchas veces repetido de que la economía de Estados Unidos es «demasiado grande e importante para quebrar». Esto es la mentira más cómoda que han echado andar los fiadores forzosos del país adicto al crédito.
Pero la deuda no es un problema fiscal interno. Representa el mecanismo que ha financiado el poder global de Estados Unidos. Hace veinte años, la deuda federal de EE. UU. equivalía al 55% del PIB. Hoy, supera el 123% [1]. En 2023, el gobierno gastó 881 mil millones de dólares solo en intereses, más de lo que muchos países destinan a salud, educación y vivienda combinados [2]. Eso equivale a 100 millones de dólares por hora.
Pero en dónde está el truco. Desde un punto de vista simplista, se puede decir que Estados Unidos puede seguir endeudándose porque el mundo no tiene otra opción. Desde el análisis más complejo, mientras el dólar continue siendo la moneda aceptada para pagar el petróleo, el trigo, los chips y las armas, la deuda no será un problema agudo. Sin embargo, los datos muestran que actualmente más del 59% de las reservas internacionales están en dólares, y más del 80% del comercio global se liquida en esta moneda [3]. Esto no es casualidad, más bien es el resultado de décadas de política exterior, acuerdos militares y, cuando es necesario, sanciones económicas, y cuando así lo requieran las circunstancias, intervención militar.
Es más que obvio que el dólar se utiliza como arma geopolítica. Desde la caída de Bretton Woods en 1971, EE. UU. ha convertido su moneda en una herramienta de dominación. Cuando Irán intentó vender petróleo en euros en 2008, fue castigado con sanciones. Cuando Rusia acumuló reservas en oro y yuanes, fue excluido del sistema SWIFT tras la invasión de Ucrania. Y cuando China promueve acuerdos comerciales en renminbis, Washington responde con aranceles y presión diplomática.
El dólar es un “exorbitante privilegio” permite a Estados Unidos externalizar sus crisis. Mientras su déficit crece, los países del Sur Global son obligados por el FMI a recortar gastos sociales, privatizar servicios y abrir sus mercados. Mientras la Reserva Federal sube tasas para controlar su propia inflación, millones de personas en el mundo pierden sus empleos, sus ahorros y sus derechos [4].
[1] U.S. Treasury, “Debt to the Penny”; FMI, World Economic Outlook, abril 2024.
[2] CBO, The Budget and Economic Outlook: 2024 to 2034; Banco Mundial, datos de gasto público en países de ingreso bajo.
[3] Bank for International Settlements (BIS), Triennial Survey, 2022; IMF COFER, 2023.
[4] Oxfam, Survival of the Richest, 2023; UNCTAD, Global Debt Report, 2023.

